1.- Oración introductoria.
Señor, yo sé que la mayor enfermedad es la silenciosa, la que no avisa, ésa suele ser la más traidora. Pero también la del enfermo que no quiere reconocer su propia enfermedad. Hoy, como el leproso del evangelio, te digo: ¡Estoy enfermo! Mi lepra del alma no se ve, pero va haciendo estragos dentro de mí. Hoy, al comienzo de esta oración, te digo con toda humildad: “Si quieres, puedes curarme”. Y yo sé que Tú, siempre quieres. ¡Gracias, Señor!
2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 5, 12-16
Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». El extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
Triste y desesperada la situación del leproso. 1) Enfermedad física. En medio de grandes dolores, el enfermo veía cómo la carne se le caía a trozos. 2) Enfermedad moral. Para evitar el contagio, los leprosos vivían fuera de la ciudad y para que nadie se acercase, debían gritar ¡impuro! Eran normas que venían del A.T. (Lev. 13,15). Esta enfermedad de tipo social, de aislamiento, de no pertenencia al pueblo era aún más terrible que la física. 3) Enfermedad espiritual. Y lo más trágico era que se consideraba la enfermedad como “un castigo de Dios”. ¿De qué cura Jesús al leproso? De las tres enfermedades. Primero la física, quitándole toda dolencia y malestar. Después, la moral. Jesús le manda acudir al sacerdote para que le certifique que está curado y así poder integrarse en la sociedad. Y sobre todo, le cura de la enfermedad espiritual al considerarse lejos de Dios. Y aquí Jesús es exquisito. No se limita a curarle en la distancia. Se acerca y “le toca”, algo que estaba prohibido por la ley. Jesús quiere que palpe “esa caricia de Dios”. No está Dios lejos, sino al contrario, más cerca que nunca porque el Dios revelado por Jesús es un Dios de ternura. Y, como una madre, está más cerca del hijo que más sufre y más lo necesita.
Papa Francisco
La lepra era una condena de por vida y sanar a un leproso era tan difícil como resucitar a un muerto. Y por eso eran marginados. Sin embargo, Jesús tiende la mano al excluido y demuestra el valor fundamental de una palabra: cercanía. No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer paz sin acercarse, ni se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podía decirle: ¡sánate! Pero no, se acercó y le tocó. Es más, en el momento que Jesús tocó al impuro se convierte en impuro. Muchas veces pienso que es, no digo imposible, pero muy difícil hacer el bien sin mancharse las manos. Y Jesús se manchó. Cercanía. Y después va más allá. Le dijo: “Ve donde los sacerdotes y haz lo que se debe hacer cuando un leproso es sanado”. Al que era excluido de la vida social, Jesús lo incluye: lo incluye en la Iglesia, lo incluye en la sociedad… “Ve para que todas las cosas sean como deben ser”. Jesús no marginaba nunca a nadie. Se marginaba a sí mismo, para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros, pecadores, marginados, con su vida. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 26 de junio de 2015, en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)
5.- Propósito. Visitaré un enfermo. Le curaré de la enfermedad moral ofreciendo mi cercanía. Le libraré de su soledad.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, quiero darte gracias por vivir en el Nuevo Testamento. Así puedo sentir tu presencia y cercanía incluso en las horas bajas, en los momentos difíciles de mi vida. Yo no puedo pedirte que quites de este mundo aquello que tiene de limitación, de finitud. Pero si te pido que nunca dude de que Tú me quieres. Si sufro, si lloro, si me siento solo, quiero que Tú, siempre estés conmigo, que nunca me sienta abandonado.
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