1.- Introducción.
Señor, en este rato de oración quiero que me hagas comprender que nada de lo que tengo es mío. Todo es regalo de Dios: la vida, la salud, el amor, la gracia. El hombre, todo hombre, no tiene donde reclinar la cabeza, es pura fragilidad. Pero Tú amas mi fragilidad. Enséñame a ser agradecido. En realidad, más que darte gracias, debería “ser” una constante acción de gracias. Quiero, Señor, vivir para agradecer.
2.- Lectura sosegada del evangelio: Marcos 2, 1-12
Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate, toma tu camilla y anda?» Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice al paralítico -: «A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
Qué atrayente es la persona de Jesús. Impresionan las palabras del Evangelio: ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían! Por supuesto que fascinaba su figura, el mirar de sus ojos, el encanto de su voz, pero ante todo, “sus palabras”. Como diría Santa Teresa, son “palabras heridoras”. Son como flechas de amor. Los milagros de Jesús son importantes no sólo por lo que son en sí, sino también por lo que “significan”. Detrás de cada milagro hay un “corazón compasivo” lleno de ternura. Lo más importante del milagro del paralítico no es la curación externa sino la interior. El milagro que es algo visible, sirve para profundizar en el milagro invisible del corazón. Jesús no sólo cura la parálisis del cuerpo sino la interior, la parálisis del pecado, raíz de todos los males. Por eso dirá San Agustín: “Son más importantes los milagros que no se ven”. Y sigue: “Para la Iglesia fue mucho más importante la conversión de Pablo que la resurrección de Lázaro”. A veces nos quejamos de que ahora no hay milagros. En el mundo de la ciencia, de la tecnología, tal vez no se vean cosas maravillosas, pero en el mundo de la gracia en el que nos movemos los cristianos, lo que sucede en el corazón de cada uno de nosotros, sólo Dios y nosotros lo sabemos.
Palabra del Papa
Jesús podía decir: ‘Yo te perdono. ¡Vete!’, como le ha dicho a aquel paralítico que le habían bajado desde el techo: ‘¡Tus pecados te son perdonados!’ Aquí dice: ‘¡Vete en paz!’ La misericordia va más allá y transforma la vida de una persona de tal manera que el pecado sea dejado de lado. Es como el cielo. Nosotros miramos al cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando llega el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura. Dios no perdona con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él está involucrado en el perdón, está involucrado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no humilla, no dice ‘Qué has hecho, dime ¿Y cuándo lo has hecho? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?’ ¡No! ‘Vete, y de ahora en adelante ¡no peques más!’. Es grande la misericordia de Dios. ¡Nos perdona acariciándonos! (Cf. S.S. Francisco, 7 de abril de 2014, homilía en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya comentado. Silencio.
5.-Propósito. Con la mirada del corazón, me fijaré en la cantidad de gracias que Dios me envía a lo largo de todo un día.
6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.
Sólo Tú puedes devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Sólo Tú curas nuestras heridas con el bálsamo de tu amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que quitar tejas de los tejados para encontrarnos contigo y obtener tu perdón! Basta con que nosotros iniciemos el primer paso para encontrarnos con ese Padre maravilloso que ha madrugado más que nosotros y nos ha tomado la delantera.
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