sábado, 18 de enero de 2020

Moniciónes y homilia para el II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Monición de entrada:
Desde distintos ángulos, las tres lecturas bíblicas de este segundo domingo del Tiempo Ordinario se centran en el testimonio sobre Jesucristo. A la garantía de Dios a favor de su Siervo como luz de las naciones y portador de su salvación universal, y a la confesión de Pablo que se proclama apóstol de Jesucristo, se suma el espléndido testimonio de Juan el Bautista sobre Cristo Jesús como “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Puestos de pie, cantemos jubilosos para dar inicio a esta liturgia.
Primera lectura Isaías 49, 3. 5-6 (Te hago luz de las naciones)
Escucharemos un interesante pasaje del libro del profeta Isaías donde el Siervo presenta las credenciales de su misión, al estilo de los grandes profetas, cuando narra su llamada vocacional. Dios le ha dirigido la palabra llamándolo “mi siervo”, un título que la Biblia reserva para los grandes personajes de la historia de la salvación. Presten atención.
Salmo Responsorial 39

Segunda lectura I Corintios 1, 1-3 (Saludo de Pablo, apóstol de Jesucristo)
La primera carta a los corintios fue escrita por Pablo en Éfeso, en la Pascua del año 57. Esta era una ciudad céntrica, donde se daba el encuentro de varias culturas, caracterizada por el deterioro de los valores morales y la presencia de la más variada forma de religiosidad. Era una comunidad un poco difícil, a la que el apóstol saluda llamándola “comunidad cristiana” y a sus miembros los define como a quienes Dios santificó en Cristo Jesús, que son pueblo “santo”. Escuchemos.
Tercera lectura: Juan 1, 29-34 (El cordero de Dios que quita el pecado del mundo)
El texto evangélico de hoy, narrado por san Juan, contiene el segundo testimonio del Bautista a favor de la medianidad y divinidad de Jesús, que está a punto de iniciar su vida apostólica. Escuchemos esta Buena Noticia, pero antes entonemos el Aleluya.

Las Lecturas de hoy nos presentan a Jesucristo, el Hijo de Dios, que viene a salvar al mundo de sus pecados.
La Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 62, 1-5) nos presenta a Jesucristo como “siervo de Dios”.   Con el Salmo 39 hemos repetido las palabras del Señor: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.  En eso consiste ser “siervo de Dios”: en hacer su Voluntad.
El Evangelio nos relata una escena en el río Jordán cuando Jesús se acerca a San Juan Bautista y éste dice quién es Jesús. (Jn. 2, 1-12).
El domingo pasado veíamos a Dios Padre decir de Jesucristo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.  Este domingo vemos a San Juan Bautista decirnos: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.  Jesús, presentado por el Padre como su Hijo amadísimo, es ahora presentado por San Juan Bautista como el Cordero inocente que será ofrecido en sacrificio para salvarnos de nuestros pecados.
Sigamos con las palabras del Bautista, que son elocuentes y muy importantes.  Al ver venir Jesucristo hacia él,  San Juan Bautista dice: “Este es aquél de quien yo he dicho: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’.  Yo no lo conocía.”
¿Qué significan estas palabras?  Varias cosas: primero es interesante conocer por ellas que San Juan Bautista no conocía a su primo Jesús.  Segundo: que a San Juan Bautista, como Precursor de Jesucristo, Dios le reveló de manera extraordinaria, que Jesucristo era Dios y que, como Dios, era  superior a él y, además, le reveló la eternidad de Dios.  “Ya existía antes que yo”.
Sabemos que Jesucristo, como Hombre, era unos pocos meses menor que su primo, pues la Santísima Virgen, al encarnarse el Hijo de Dios en su seno, fue a visitar a su prima Isabel para el nacimiento de San Juan Bautista.  De manera que si San Juan, que era unos meses mayor, dice que Jesús “ya existía antes que él”, está diciendo que Jesucristo es Dios y que Dios es eterno... que Dios existía desde siempre.
Esta no es la única revelación que recibió el Precursor del Señor.  Fijémonos que el Bautista nos vuelve a decir: 
“Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’.  Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
De tal forma que ya Dios Padre había dado a San Juan Bautista la clave para reconocer a su Hijo: “Aquél sobre quien bajara y se posara el Espíritu Santo”.  Y en efecto, aún sin conocerlo, Juan dice que vio al Espíritu Santo descender del cielo como en forma de paloma y posarse sobre Jesucristo.
Y en este bellísimo pasaje de la vida del Señor y de su Precursor, no sólo vemos la revelación de Jesucristo, como Hijo de Dios, sino también la revelación de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad.  San Juan Bautista nos da el testimonio de lo que ve y escucha:
Por una parte, puede ver el Espíritu de Dios descender sobre Jesús en forma como de paloma.  Las palabras del Bautista describiendo el Espíritu Santo hacen recordar la mención del Espíritu de Dios en el Génesis, antes de la creación del mundo, cuando “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1, 2).  Tal vez ese “aletear” del Espíritu Santo hace que San Juan compare ese “aletear” con el aletear de la paloma.
Luego sabemos que San Juan Bautista escuchó la voz de Dios Padre que revelaba quién era Jesucristo: “Este es mi Hijo amado”.   Es decir, en el Bautismo del Señor vemos a la Santísima Trinidad en pleno:  el Padre que habla, el Hijo hecho Hombre que sale del agua bautizado y el Espíritu Santo que aleteando cual paloma se posa sobre Jesús.
Y Juan nos dice también que su bautismo era sólo de agua para aquéllos que se convertían, pero que Jesús, el Hijo de Dios, nos bautizaría a nosotros con Espíritu Santo.  ¿Y qué quiere decir esto?
Esto es importantísimo:  significa que el bautismo que Jesucristo instituyó, es decir, el Bautismo Sacramento, aunque se nos bautiza con agua, además de purificarnos del Pecado Original, nos comunica el Espíritu Santo, que tiene el poder de transformarnos interiormente.
Que además el Sacramento del Bautismo nos comunica la vida de Dios, por la que somos también, como Jesús, hijos de Dios.  ¡Esto se dice muy fácilmente, pero es de una grandeza incalculable!  Significa que por los méritos de Jesucristo -Quien es el Cordero de Dios que San Juan Bautista nos revela- los bautizados somos realmente hijos de Dios... y podemos llamar a Dios, “Padre”.
Por eso en el Aleluya cantábamos: “Aquél que es la Palabra se hizo Hombre y habitó entre nosotros.  Y a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios”
Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar la necesidad que tenemos de bautizar a nuestros hijos cuanto antes, para que puedan ser verdaderos hijos de Dios.  Es un error esperar el Bautismo, porque se piensa que lo más importante es la fiesta  y como no hay dinero para la fiesta, pues no hay Bautismo (!!!).  Otro motivo de tardanza suele ser porque el padrino no vive aquí y vendrá quién sabe cuándo.  Y la más grave: vamos a dejar que el niño decida cuando esté grande si quiere bautizarse o no.  Pero veamos… para alimentarlo o vacunarlo o educarlo en tal o cual escuela, ¿se espera para que el niño decida?  Y resulta que el Bautismo es para el alma muchísimo más importante que cualquiera de esas cosas que podemos darle a nuestros hijos en el plano material.
Todo esto para decir que al descuidar o retrasar el Bautismo innecesaria o indefinidamente estamos privando a los niños de ser hijos de Dios y de muchas otras gracias inmensas y muy, muy necesarias para su salvación. (cf. CIC #1261)
Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar -los que hemos tenido el privilegio de ser bautizados- la necesidad que tenemos de arrepentimiento, de conversión, de cambiar de vida, de cambiar de manera de ser, de pensar y de actuar, para asemejarnos cada vez más a Jesucristo.
Es recordar la necesidad que tenemos de purificar nuestras almas en las aguas del arrepentimiento y de la confesión de nuestros pecados.  Es recordar que en todo momento y bajo cualquier circunstancia necesitamos la humildad y la docilidad que nos llevan a buscar la Voluntad de Dios por encima de cualquier otra cosa.
Pero nada de esto es posible sólo por esfuerzo propio, sino aprovechando todas las gracias que Dios nos da para ir haciendo la transformación necesaria en nosotros, por medio de la cual El nos va haciendo cada vez más parecidos a El.
Que nuestra vida se convierta en una continua entrega a la Voluntad de Dios, de manera que así como los cielos se abrieron para Jesús al recibir el Bautismo de Juan, se abran también para nosotros en el momento de nuestro paso a la otra vida y podamos escuchar la voz del Padre reconociéndonos también como hijos suyos en quienes se complace, porque como su Hijo Jesucristo, hemos buscado hacer su Voluntad.
Oración Universal
 “Muéstranos, Señor, tu misericordia”
  • Por el pueblo santo de Dios: para que manifieste la fidelidad al mensaje evangélico viviendo el amor hacia los enemigos y la solidaridad con todos. Roguemos al Señor.
     
  • Por los ministros del Evangelio: para que sean los primeros oyentes y testigos de la Palabra que anuncian al pueblo de Dios. Roguemos al Señor.
     
  • Por los novios: para que descubran el valor humano y sobrenatural de su amor y se preparen así a construir la familia, primera célula de la sociedad y de la Iglesia. Roguemos al Señor.
     
  • Por las familias divididas: para que, a la luz de la palabra de Dios, con la ayuda y la comprensión de los hermanos, puedan descubrir el sentido cristiano de la vida y nunca duden de la misericordia del Padre. Roguemos al Señor.
     
  • Por los jóvenes: para que puedan escuchar la voz del Padre que los llama a la vida religiosa y sacerdotal. Roguemos al Señor.
     
  • Por nosotros y por nuestra asamblea: para que la llamada del Señor resuene profundamente en nuestro espíritu y nos disponga a una conversión sincera. Roguemos al Señor.


    Exhortación Final

    (Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 114)

    Hoy te bendecimos, Padre, porque Cristo Jesús, tu Hijo,
    es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo;
    por Él hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
    Él es el cordero pascual de la liberación, que nos restaura
    a nuestra imagen original, reflejo tuyo y vocación de santidad.

    Gracias, Señor, por esto y por la misión que nos confías:
    ser con Cristo signo y sacramento de tu amor al hombre.
    Ayúdanos a mostrar en nuestra conducta de convertidos
    que Jesús resucitado ha vencido el pecado e nuestra vida,
    que hemos adoptado como nuestros sus criterios y actitudes.
    y que todo nuestro empeño es que venga a nosotros tu reino.

    Amén.

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