lunes, 16 de agosto de 2021

EL MANANTIAL DE LA VIDA. EVANGELIO, 16 DE AGOSTO

 ¿Qué tengo que hacer para obtener la vida eterna?

1.- Oración Introductoria.

Señor, muchas veces he pensado en este joven, buen cumplidor de la ley, a quien Jesús mira con afecto. ¡Qué oportunidad le ofrece Jesús! Seguirle a Él…, disfrutar de su compañía…, compartir su mundo, su riqueza interior, ser plenamente feliz…, y, por ser miope, de mirada corta, de vuelo horizontal,   se quedó solo  con su riqueza humana, es decir, con su pobreza existencial, su limitación, su fragilidad, su finitud.  Señor, yo quiero estar siempre contigo: con  un horizonte abierto al infinito, con una felicidad completa, esa  que sólo Tú me puedes dar.

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 19, 16-22

En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama al prójimo como a ti mismo». El muchacho le dijo: Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta? Jesús le contestó: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.

3.- Que dice el texto

Meditación-reflexión

Este joven rico era un buen judío. Era cumplidor de la Ley y nadie le echaba en cara que su fortuna la hubiera adquirido con medios ilícitos. Y, como buen judío, buscaba la “vida eterna” es decir, ser feliz después de la muerte. Jesús no le recrimina nada de lo que ha hecho, incluso le mira con cariño (Mc. 10,21), Jesús ha visto en él “buen fundamento” para levantar un bonito edificio espiritual. Por eso le dice: “Si quieres llegar hasta el final”, es decir, si no quieres quedarte a mitad del camino, si no quieres ser una medianía, una vulgaridad, un judío más del montón, te hago una oferta; “Deja lo que tienes y vente conmigo”.  Aquel joven vio con claridad lo que Jesús le ofrecía: su persona, su riqueza interior, el gozo de caminar a su lado…Todo lo vio, pero “como era rico” prefirió seguir son su riqueza. Y aquí está el peligro de la riqueza. No es en sí mala, incluso se puede hacer buen uso de ella, pero de tal modo avasalla el corazón de la persona que “no le deja libertad para decidirse por Jesús”.  Y el texto termina diciendo: “se fue triste”. Y uno se pregunta: ¿Por qué tienes que quedarse triste si Jesús no te ha quitado nada? Jesús te ha respetado y has hecho lo que tú has querido. Aquel joven se quedó triste porque “se quedó con su riqueza, pero se quedó sin Jesús”. De una manera sencilla, insinuante, Jesús nos está diciendo que la riqueza es fuente de tristeza y que Jesús es la alegría y la fiesta de la vida. Un judío (y también muchos cristianos) se preguntan por la vida futura, por su salvación eterna. El que de verdad sigue a Jesús experimenta que esa vida futura, “ya está presente aquí en esta vida, siguiendo a Jesús”. El cielo, el reino de Dios “ya está dentro de nosotros”. Ya hoy, aquí y ahora podemos ser felices con Jesús. Y sólo desde esta experiencia puedo esperar con seguridad la vida eterna.

Palabra del Papa

“El joven rico del Evangelio, después de que Jesús le propuso dejar todo y seguirle – como sabemos – se fue de allí triste, porque estaba demasiado apegado a sus bienes. ¡Yo en cambio leo en vosotros la alegría! Y también este es un signo de que sois cristianos: que para vosotros Jesucristo vale mucho, aunque sea comprometido seguirle, vale más que cualquier cosa. Habéis creído que Dios es la perla preciosa que da valor a todo lo demás: en la familia, en el estudio, en el trabajo, en el amor humano… en la vida misma. Habéis comprendido que Dios no os quita nada, sino que os da el ciento por uno y hace eterna vuestra vida, porque Dios es Amor infinito: el único que sacia nuestro corazón”. Benedicto XVI, 5 de julio de 2010

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.-Propósito.  Hoy me hago esta pregunta: ¿Realmente me hace feliz Jesús a mí, o pongo mi felicidad en otras cosas?

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, a veces tengo la tentación de buscar la felicidad fuera de ti, haciendo mis gustos, mis caprichos, mi “santa” voluntad. Pero soy sincero cuando te digo que, fuera de ti, nunca he sido feliz. Siempre me ha quedado un vacío dentro de mí que nadie, excepto Tú, has sabido llenar. Por eso, quiero agradecerte, de todo corazón, esta experiencia maravillosa de no poder disfrutar de nada de este mundo estando Tú ausente. Es una gran gracia que yo te agradezco.

San Roque se ha hecho famoso en el mundo por los grandes favores que consigue a favor de pobres y enfermos. Su popularidad ha sido verdaderamente extraordinaria cuando a pueblos o regiones han llegado pestes o epidemias, porque consigue librar de la enfermedad y del contagio a muchísimos de los que se encomiendan a él. Quizás él pueda librarnos de epidemias peligrosas.

San Roque nació en Montpellier, de una familia sumamente rica. Muertos sus padres, él vendió todas sus posesiones, repartió el dinero entre los pobres y se fue como un pobre peregrino hacia Roma a visitar santuarios.

Y en ese tiempo estalló la peste de tifo y las gentes se morían por montones por todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más abandonados. A muchos logró conseguirles la curación con sólo hacerles la señal de la Santa Cruz sobre su frente. A muchísimos ayudó a bien morir, y él mismo les hacía la sepultura, porque nadie se atrevía a acercárseles por temor al contagio. Con todos practicaba la más exquisita caridad. Así llegó hasta Roma, y en esa ciudad se dedicó a atender a los más peligrosos de los apestados. La gente decía al verlo: "Ahí va el santo".

Y un día mientras atendía a un enfermo grave, se sintió también él contagiado de la enfermedad. Su cuerpo se llenó de manchas negras y de úlceras. Para no ser molesto a nadie, se retiró a un bosque solitario, y en el sitio donde él se refugió, ahí nació un aljibe de agua cristalina, con la cual se refrescaba.

Y sucedió que un perro de una casa importante de la ciudad empezó a tomar cada día un pan de la mesa de su amo e irse al bosque a llevárselo a Roque. Después de varios días de repetirse el hecho, al dueño le entró curiosidad, y siguió los pasos del perro, hasta que encontró al pobre llaguiento, en el bosque. Entonces se llevó a Roque a su casa y lo curó de sus llagas y enfermedades.

Apenas se sintió curado dispuso el santo volver a su ciudad de Montpellier. Pero al llegar a la ciudad, que estaba en guerra, los militares lo confundieron con un espía y lo encarcelaron. Y así estuvo 5 años en la prisión, consolando a los demás prisioneros y ofreciendo sus penas y humillaciones por la salvación de las almas.

Y un 15 de agosto, del año 1378, fiesta de la Asunción de la Virgen Santísima, murió como un santo. Al prepararlo para echarlo al ataúd descubrieron en su pecho una señal de la cruz que su padre le había trazado de pequeñito y se dieron cuenta de que era hijo del que había sido gobernador de la ciudad. Toda la gente de Montpellier acudió a sus funerales, y desde entonces empezó a conseguir de Dios admirables milagros y no ha dejado de conseguirlos por montones en tantos siglos.

Lo pintan con su bastón y sombrero de peregrino, señalando con la mano una de sus llagas y con su perro al lado, ofreciéndole el pan.


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