Cuando era párroco, san Pío X, celebró los funerales solo y enterró a los muertos en medio de una epidemia de cólera
Antes de convertirse en Papa, san Pío X fue un humilde párroco que fue más allá de sus deberes para servir a su pueblo. Fue durante una epidemia de cólera cuando su corazón amoroso se mostró claramente, ya que hizo todo lo que pudo para ministrar a su pueblo.
En una biografía, titulada «La vida de Pío X», Frances Forbes señala la forma heroica en que pastoreó a su pueblo durante un brote mortal.
En 1873 hubo un brote grave de cólera. La gente de Salzano sabía poco de higiene y menos de saneamiento; era difícil hacerles tomar las precauciones más necesarias. Don Giuseppe [más tarde conocido como Pío X] lo era todo a la vez: médico, enfermero e inspector sanitario, además de párroco. No sólo había que atender a los enfermos y moribundos, sino también a los vivos animándolos y consolándonos. «Si no hubiera sido por nuestro querido Don Giuseppe», dijo un anciano en días posteriores, «habría muerto de miedo y dolor durante esos tiempos espantosos». Algunas personas se dieron cuenta de que los medicamentos y remedios recetados por el médico estaban destinados a aliviarlos rápidamente del dolor. Sin embargo, no los tomarían a menos que los administrara la propia mano del sacerdote.
San Pío X nunca abandonó a su rebaño y se quedó con ellos en la epidemia.Se aseguró de que fueran enterrados con gran dignidad. Era un momento en que los funerales solo se permitían junto a la tumba, con una estricta restricción de asistencia.
Entierros de noche
Por temor a la infección, los muertos tenían que ser enterrados de noche y no se permitía que nadie asistiera al funeral. Don Giuseppe estaba preocupado porque con el miedo y la prisa del momento no se honrara debidamente a estas víctimas de la epidemia. Por este motivo, estaba siempre allí para asegurarse de que todo se hiciera como debía. No solo recitaba las oraciones y realizaba las ceremonias prescritas por la Iglesia en tales ocasiones. Ocupaba su lugar como portador del ataúd e incluso ayudaba a cavar las tumbas.
Su salud se resintió por atender las necesidades de sus fieles, pero eso no lo detuvo. El obispo le ordenó que descansara a causa de su labor en la epidemia, pero san Pío X puso su salud en manos de Dios.
El obispo escribió a [Don Giuseppe], ordenándole que se cuidara un poco más; pero éste era un arte que Don Giuseppe nunca había estudiado y no sabía cómo empezar. Continuó dedicándose en cuerpo y alma a su rebaño, dejándose al cuidado de Dios. Su fuerte constitución se recuperó gradualmente de la tensión que había sufrido y, afortunadamente, los temores de sus amigos no se hicieron realidad.
Este extraordinario cuidado por los demás continuó durante el resto de su vida. Nunca vaciló en su deseo de atender las necesidades de los que estaban sufriendo.
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