San Eloy —también llamado San Eligio— es uno de los santos más queridos por artesanos, joyeros, herreros, metalúrgicos y mecánicos. Nacido en Francia hacia el año 588, desde joven destacó por su habilidad para trabajar los metales y crear piezas de una belleza extraordinaria. Pero su verdadero tesoro no era el oro que moldeaba, sino el corazón humilde con el que servía a Dios.
Su honradez llamó la atención del rey Clotario II, quien lo nombró orfebre de la corte. La tradición cuenta que Eloy debía fabricar un trono de oro y, en vez de usar el material de más, devolvió la parte sobrante. Su honestidad deslumbró más que su arte, y pronto se convirtió en consejero del rey.
Sin embargo, el Señor tenía planes aún mayores: Eloy fue ordenado sacerdote y luego obispo. Desde su diócesis evangelizó, defendió a los pobres, rescató esclavos y luchó contra prácticas paganas que aún persistían. Su vida unió lo humano y lo divino: manos que trabajaban metales, pero un corazón que se dejaba moldear por Cristo.
San Eloy nos enseña que todo oficio, por sencillo que sea, puede convertirse en un camino hacia la santidad cuando se ofrece con amor, integridad y servicio.
San Eloy,
tú que convertiste tu trabajo en una oración y tu arte en servicio,
ayúdanos a vivir con honradez, dedicación y amor por Dios.
Intercede por todos los que trabajan con sus manos,
para que el Señor bendiga su esfuerzo y su corazón.
Amén.
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