jueves, 8 de noviembre de 2018

"No conviertan en mercado la casa de mi Padre”

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1.- Oración introductoria.
Señor, lo primero que me llama la atención en este evangelio de hoy son estas palabras tuyas: “La casa de mi Padre”. No dices “la casa de Dios” sino de tu Padre. ¿Qué hay entre Tú y tu Padre? ¿Qué misterio se esconde? ¿Qué centro de gravedad te atrae que eres capaz de privarte del suelo para pasar la noche con Él? Hazme, Señor, partícipe de esa experiencia maravillosa. Haz que, con solo pronunciar la palabra “Padre” me sienta fuertemente atraído hacia Él.

2.- Lectura reposada del evangelio: Juan 2, 13-22
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas, palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. En esos momentos, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora. Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
Este evangelio de hoy es tan importante que lo traen los cuatro evangelistas. Los sinópticos lo ponen al final de la vida de Jesús. Históricamente es lo más probable. San Juan lo pone al principio de su evangelio como un “gesto programático” que debe figurar desde el principio de la actividad de Jesús, ya que desde el principio el lector tiene que enterarse del punto decisivo del enfrentamiento de Jesús con los judíos. Como buen judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba de los seres humanos. Cuando se escribe este evangelio el templo de Jerusalén ya lleva años destruido por los romanos. Esto significó para los judíos el más duro golpe. En cambio, Juan nos viene a decir que no debemos preocuparnos del templo material porque ha llegado ya el tiempo mesiánico anunciado por Zac 14,21 “En aquel día no habrá más comerciantes en el Templo de Yavé”. El Templo ya no va a ser renovado o restaurado sino “sustituido”.   Jesús hablaba del templo de su cuerpo Resucitado. Al “sustituir” el templo por su cuerpo, el autor del evangelio nos invita a vivir el encuentro con Dios en el centro de nuestra persona y de la vida misma. Es lo que ya había anunciado en el diálogo con la Samaritana: “Ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoran en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,23-24). Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. En esta casa debemos aprender a rezar como lo hacía Jesús: llenándose de la ternura del Padre, disfrutando de su presencia, gozándose de poder convertir esta experiencia maravillosa con el Padre en cariño y cercanía con los hermanos. Precisamente en esta casa grande de nuestro Padre, aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos, más marginados. En esta casa todos podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.

Palabra del Papa
El templo es un lugar donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a darle gracias, pero sobre todo a adorar: en el templo se adora al Señor. Y este es el punto importante. También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas, ¿qué es más importante? Lo más importante es la adoración: toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero, yo creo – humildemente lo digo – que nosotros cristianos quizá hemos perdido un poco el sentido de la adoración y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos – ¡es bueno, es bonito! – pero el centro está donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios. ¿Nuestros templos, son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras celebraciones favorecen la adoración? Jesús echa a los mercaderes que habían tomado el tempo por un lugar de comercio más que de adoración. (Cf. S.S. Francisco, 22 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Hoy, en cada hombre, en cada mujer, voy a descubrir el verdadero templo del Dios vivo.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, al acabar esta oración, me dan ganas de salir a la calle y ponerme de rodillas delante de cualquier persona con la que me encuentre en el camino. Cada uno de ellos es “casa de Dios”, templo del Dios vivo. Tendré un gran respeto por la dignidad de cada ser humano. Todos somos hijos de Dios, todos vivimos en la misma casa, a todos alumbra el mismo sol y todos respiramos el mismo aire. Que las diferencias que nos marcamos por razones del tener nunca nos lleven a olvidarnos de lo que somos.
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Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. En esta casa debemos aprender a rezar como lo hacía Jesús: llenándose de la ternura del Padre, disfrutando de su presencia, gozándose de poder convertir esta experiencia maravillosa con el Padre en cariño y cercanía con los hermanos. Precisamente en esta casa grande de nuestro Padre, aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos, más marginados. En esta casa todos podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.
Hoy, en cada hombre, en cada mujer, voy a descubrir el verdadero templo del Dios vivo.

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