1.-Oración introductoria.
Señor, yo siempre me he sentido invitado por Ti: cuando era niño, cuando fui adolescente y joven, en la edad madura y ahora que ya soy viejo. Te confieso que he sido un afortunado. Repaso mi vida y no encuentro ninguna edad, ninguna etapa en la que no haya sido invitado por Ti a la “gran mesa” de la felicidad. Mi problema está en que algunas veces he escuchado otras voces, otras invitaciones que me han dejado el corazón vacío. Gracias, Señor, porque no te has cansado de mí y me sigas llamando también en la “última hora”. Haz que sepa darte ahora la mejor respuesta: la más auténtica, la más generosa.
2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 14, 15-24
Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!» Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: “Venid, que ya está todo preparado.” Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.” Y otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.” Otro dijo: “Me he casado, y por eso no puedo ir.” «Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: “Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos.” Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio.” Dijo el señor al siervo: “Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa.” Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».
3.- Qué dice el texto.
Meditación-Reflexión
En esta parábola de Jesús hay una invitación a una “gran cena”. Y esta gran cena hay que distinguirla de las “pequeñas cenas”, las nuestras, las que son incapaces de hacernos felices. La gran cena es de Dios y en ésta, todo es a lo grande: la cena de los mejores manjares, la de los vinos de solera, la de los caros perfumes, la de los grandes regalos. Nos invita a una felicidad plena, a una felicidad que nunca se acaba. Y en esa cena nos hace un regalo inaudito: “quitará el velo que cubre las naciones; aniquilará la muerte para siempre” (Is. 25,7-8). Esta invitación se hace primero a los de casa, a los judíos, a los que se sienten con derechos…pero éstos se excusan y no quieren entrar. Pero el Señor no se desanima: invita a los pobres, a los que no tienen derechos, a los que nunca han tenido un banquete para celebrar. Éstos son los que se comen todo y nada desperdician; los que apuran el buen vino, participan de la música y el baile; los que no se cansan de agradecer al anfitrión que les haya dado esta oportunidad. Nos preguntamos: Y nosotros, como cristianos, ¿dónde nos colocamos?, ¿entre los viejos invitados?, ¿entre aquellos que tenemos de todo y nunca estamos satisfechos con nada?, ¿los que somos tan estúpidamente avaros que ni siquiera Dios nos basta?, ¿Los que presumimos de derechos ante Dios, incluso del derecho de poder decirle que no?, ¿O nos situamos entre los invitados de última hora y disfrutamos, como enanos, de los dones de Dios y, sobre todo del Dios de los dones?
Palabra del Papa
¡No aceptan la invitación! Dicen que sí, pero no lo hacen. Ellos son los cristianos que se conforman sólo con estar en la lista de los invitados: cristianos enumerados. Pero esto no es suficiente, porque si no se entra en la fiesta no se es cristiano. ¡Tú estarás en la lista, pero esto no sirve para tu salvación! Entrar en la Iglesia es una gracia; entrar en la Iglesia es una invitación. Y este derecho, no se puede comprar. Entrar en la Iglesia es hacer comunidad, comunidad de la Iglesia; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades que el Señor nos ha dado, en el servicio del uno para el otro. Además entrar en la Iglesia significa estar disponible para aquello que el Señor Jesús nos pide. En definitiva entrar en la Iglesia es entrar en este Pueblo de Dios, que camina hacia la eternidad. Ninguno es protagonista en la Iglesia: pero tenemos Uno que ha hecho todo. ¡Dios es el protagonista! Todos nosotros vamos detrás de Él y quien no va detrás de Él, es uno que se excusa y no va a la fiesta. (Cf. S.S. Francisco, 5 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Silencio)
5.-Propósito: Hoy buscaré un momento de soledad y le daré gracias a Dios por haberme invitado a cenar con Él.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor antes de terminar mi oración, quiero que perdones mi ingratitud, mi poca delicadeza, mis respuestas mezquinas y raquíticas a tu gran invitación de sentarme a “cenar contigo en tu mesa”. Pero quiero agradecerte, de todo corazón, el que todavía no te hayas cansado de mí y me sigas invitando pertinazmente.
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