Memoria Libre: San Dámaso I, Papa
Jueves, 11 de diciembre del 2025
Homilía 1: III Domingo de Adviento. Ciclo A
Color: MORADO o BLANCO
- Primera Lectura. Is 41,13-20: “Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado”.
- Salmo responsorial: 144,1.9.10-11.12-13ab: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad”.
- Evangelio. Mt 11,11-15“Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.
“No ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista”
En la primera lectura, el profeta Isaías, nos quiere transmitir esa seguridad inquebrantable que da el sabernos en las manos de Dios. Si es Dios quien guía y conduce nuestras vidas, no tenemos nada que temer, pues Dios siempre conducen a sus hijos por el camino seguro de la salvación. Sólo tenemos que hacerle caso y dejarnos guiar por Él.
En el Evangelio, Jesús relaciona la figura de dos de los grandes personajes que caracterizan y, en cierto modo, marcan la espiritualidad del Adviento: el profeta Elías y Juan el Bautista. Hoy la liturgia de la Palabra nos presenta a uno de ellos, a quien el Señor afirma: Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista.
Esta relación que existe entre Elías y Juan el Bautista nos remonta a la misión profética de Elías, aquel vencedor del Monte Carmelo, aquel hombre con palabras de fuego que sostuvo el culto a Dios en tiempos muy difíciles. Juan Bautista, el precursor del Mesías, marca el momento más decisivo e importante de la historia: señala y prepara el camino de Jesús, en quien se cumplen y condensan todas las profecías.
La figura de estos dos grandes hombres del Adviento nos recuerda que todos nosotros, en virtud de nuestro bautismo, hemos sido hechos profetas; es decir, signos vivos de la presencia de Dios dondequiera que estemos. Nuestra vida y nuestras palabras también tienen que anunciar y denunciar. La Iglesia no puede perder su dimensión profética (anuncio-denuncia), ya que el Señor Jesús nos llamó para que fuéramos sal y luz del mundo, fermento de una nueva sociedad.
Hace falta que se levanten esos profetas de fuego, cuyas palabras, llenas del Espíritu Santo, sean capaces de encender el corazón de los hombres y mujeres que viven distantes de Dios, con un corazón frío. Hacen falta profetas que estén dispuestos no sólo a hablar de Dios, sino a vivir como Dios quiere, convirtiéndose en testigos vivos del amor divino.
Que el Señor nos dé la gracia ser auténticos cristianos que anunciemos a un Jesucristo vivo. Amén.

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